Y yo me pregunto, ¿ por qué improvisar?, si vivimos en un mundo manipulado por obreros de la construcción que imponen pesados inquilinos sobre nuestras cabezas. No tienen razón, debemos bailar al son de nuestro destino como azulejos azules en un lavabo presidencial o como hormigas fatales, capaces de destruir este mundo con sus garras de bronce ahumado.
No me conformo, pero no sé que hacer. Quizá sería mejor combatir, luchar contra esos nubarrones crónicos e imponer un anticiclón de por vida, pero creo que eso no es posible. Tenemos que acostumbrarnos a vivir con un paraguas permanente para rechazar daños. Es muy difícil rechazar daños. Los daños están dentro de ti y te llegan hasta el fondo. Hay que evitarlos pero son inevitables porque sin ellos quizá nada tendría sentido y todo sería una farsa incipiente; no existiría la realidad.
A veces, llegas a un punto de estancamiento, de fin, de vacío. Es horroroso, te sientes mal y no entiendes a nadie. Yo mismo ni me entiendo. No sé lo que pienso, no entiendo nada. Dejo fluir una serie de imágenes de cabezas adineradas por un suelo de asfalto y poco a poco van perdiendo masa cerebral. Como me pasa a mi. Esa masa cerebral se convierte en orugas que se limitan a comerse unas a otras, hasta que se queda la más fuerte, que se suicida porque se siente sola. Las cabezas siguen su curso y llegan a un semáforo. Algunas se lo saltan en rojo y rápidamente son instaladas en cuerpos mutilados. Las que siguen caen a un foso lleno de dientes que las devoran en pocos segundos.
Y yo me pregunto, ¿ qué es mejor, ser la cena de incisivos y molares o vivir con impotencia funcional?
ALBERT, mayo 2002
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martes, 13 de mayo de 2008
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